domingo, 20 de enero de 2013

¿A QUIÉN QUIEREN ENGAÑAR?



Si una cosa me quedó clara después de leer “Pedaleando en la oscuridad” es que pese a lo que repite una y otra vez su autor en el libro, “antes era…” y “ahora soy…” no había cambiado para nada. Bueno, sí, rectifico: cambió de bando. Como los políticos. La cuestión es seguir “chupando del bote”. Cuando el dopaje servía para ganar, se doparon. El negocio era antes el dopaje, ahora lo es el antidopaje. Luego si antes me dopaba, ahora decido luchar contra esa “lacra” (palabra gastada nº 1), y sigo viviendo del cuento. Y volvemos a las pesadísimas dicotomías que no hacen sino quitar todos esos importantísimos matices que son el quid de la cuestión. Vamos a ver ¿por qué resulta que ahora Armstrong es “malo, malísimo” y “enciende” tanto a la directora de la AEA como a Robinson, cuando está haciendo lo mismo que el entrevistado al que están alabando? ¿Qué pasa, Millar se puede arrepentir (palabra gastada nº 2) y ser “bueno” y en cambio Armstrong aunque se arrepienta sigue siendo “el malo”? Pero ¡ojo! no os creáis que esto va a ser así siempre. Con un poco de marketing, asesoramientos y demás, dentro de unos meses Armstrong va a volver a ser un líder, esta vez de la lucha antidopaje, y al tiempo.


Lo siento, pero no me lo creo. No me creo que una AEA que no es capaz ni de dar la custodia que necesitan las muestras de orina y sangre de los deportistas para el control antidopaje se convierta en la protectora de los jóvenes deportistas a los que apoyará y ayudará para que no se conviertan en personas “podridas” (palabra gastada nº 3, cómo le gustaba repetirla a Robinson). De hecho, ni siquiera me creo que los vean como personas, sino sólo como marcas, igual que los patrocinadores solo ven inversión. No me creo que el interés de la UCI porque todo el mundo vaya “limpio” (palabra gastada nº 4) sea sincera, simplemente, ahora interesa. No me creo que antes todo el mundo se dopara ni me creo que ahora no lo haga nadie, ni en el ciclismo ni en otros deportes, donde, recordemos, no existe ni de lejos el mismo control. Dice Millar que los ciclistas han sido (hemos, metiéndose a sí mismo) los más equivocados y los más “drogados” (¡toma ya!) pero no tiene en cuenta esa circunstancia de que la policía y los inspectores pueden entrar a saco en las casas de unos mientras que las de otros están blindadas y a prueba de cualquier institución.




Una cosa estoy de acuerdo con Millar: no sirve ir sólo contra los deportistas, sino contra su entorno (ahora toca frase gastada), pero no el inmediato, sino mucho más arriba. Lo que me parece ridículo es pretender que sean los propios damnificados quienes denuncien ¿cómo van a hacerlo, si se juegan su carrera, su futuro, su pan? Bueno, sí, hay una solución: escribir un libro, vas a ganar más que compitiendo por mucho que triunfes. Pero para eso tienes que ser famoso, esos otros no tan conocidos a los que les han prometido ser benévolos si confesaban, al final se han quedado sin nada, porque aunque te levanten la sanción hay presiones hacia los equipos para que no contraten al “manchado” (palabra gastada nº 5) ¿de qué perdón me hablan entonces?


No me creo que consiguiendo que los deportistas “confiesen” se solucione el problema, es como la reforma laboral: machacamos a los de abajo mientras los de arriba siguen con su negocio, trapicheo y corrupción sin límites. Y es que la cuestión en el deporte es la misma que en la sociedad: el problema no lo crean ni lo solucionan los que están abajo, sino los que están arriba. ¿Acaso un político no corrupto (si es que los hay…) denuncia al que está corrupto? ¿Y pretenden que lo haga un deportista, con lo que ha sufrido para llegar donde está? A mí es que me da la risa. Vamos a ver, las sustancias vienen de algún sitio, por tanto ¿por qué no le dicen al laboratorio de turno que confiese quiénes son sus clientes? ¿Por qué no investigan quién está suministrando a los médicos? ¿Quién está detrás de ese interés por que ganen aunque sea dopados? Ahí es donde está la lucha.



No es un problema del deporte, sino de toda la sociedad. Y dado que desde arriba no van a cambiarla, desde abajo tendremos que hacerlo. Por de pronto, no creyéndonos ninguna de las milongas que nos cuentan. Al menos que no nos tomen por tontos.

jueves, 10 de enero de 2013

CARTA ABIERTA AL CAMIONERO QUE ATROPELLÓ A CRISTÓBAL


Hola:


Te ha tocado. Es posible que no hayas tenido la culpa, puede ser que realmente te cegara el sol y no vieras a Cristóbal, pero has sido el último autor de un atropello mortal y además el conductor de un vehículo grande de esos que nos estremecen a los ciclistas cada vez que lo oímos a lo lejos y nos agarramos al manillar para no salir volados si pasáis demasiado cerca. Como los autobuses de “La veloz” que nos pasan a toda velocidad a los residentes en Madrid cuando vamos camino de los transitados puertos de la Morcuera y Canencia, casi rozándonos los nudillos aunque tengan el carril contrario vacío.


No sé, amigo camionero, cómo te encontrarás ahora mismo, pero puedo imaginármelo pensando en que eres una persona normal y no un psicópata asesino. Si es así, si eres normal, quiero que le cuentes a todos tus compañeros, amigos, familiares, conocidos, qué sentiste al notar ese golpe de la bicicleta contra tu camión, esa estupefacción al ver en la cuneta un cuerpo tendido, esa desesperación de ver que el accidente ha sido muy grave y lo has provocado tú. Díselo a aquellos que van a contrarreloj, diles si merece la pena intentar ganar dos minutos y llevarte una vida por delante en lugar de dejar la distancia de seguridad. Si su familia preferiría que se retrasaran a llegar con la noticia de que un corazón ha dejado de latir porque lo aplastaron. Habla con tu patrón, si lo tienes, y dile si se sentiría orgulloso de tener un empleado que con tal de llegar a tiempo se lleva por delante “lo que haga falta”. Pregúntales a aquellos que “necesitan” ese momento de “relax” tomando esa copita que “se merecen” por lo dura que es la vida o el trabajo, de qué les va a servir en el futuro si después cogen el coche y a consecuencia de los efectos del alcohol van a cargar en su conciencia con la muerte de un ser humano.


Perdona por elegirte, pero yo por suerte o precaución no sé cómo se siente uno al atropellar a un ciclista (ojalá no lo sepa nunca), y no sé cómo contárselo a otras personas para conseguir concienciarlos de que estamos ahí, tenemos nuestro derecho a estar, no estamos por fastidiar, sólo practicamos nuestro deporte, y que esa intolerancia respecto a los segundos que les hacemos perder es una solemne estupidez comparado con las consecuencias de no esperar para adelantar o no estar en las condiciones óptimas para conducir. Puede que haya sido un poco dura contigo, pidiéndote que recuerdes esos momentos tan terribles, pero es por una buena causa. Si con tu relato alguna persona reflexiona, recuerda tus palabras e imagina lo que puede pasar si no va con cuidado al encontrarse a un ciclista en la carretera, habrá merecido la pena, porque es posible que salves una vida. 


Espero verte en la carretera… al menos a metro y medio de distancia.

 Jose Maria Benayas




Espero verte en la carretera… al menos a metro y medio de distancia.