Si una cosa me quedó clara después de leer “Pedaleando en la
oscuridad” es que pese a lo que repite una y otra vez su autor en el libro, “antes
era…” y “ahora soy…” no había cambiado para nada. Bueno, sí, rectifico: cambió de
bando. Como los políticos. La cuestión es seguir “chupando del bote”. Cuando el
dopaje servía para ganar, se doparon. El negocio era antes el dopaje, ahora lo
es el antidopaje. Luego si antes me dopaba, ahora decido luchar contra esa “lacra”
(palabra gastada nº 1), y sigo viviendo del cuento. Y volvemos a las
pesadísimas dicotomías que no hacen sino quitar todos esos importantísimos
matices que son el quid de la cuestión. Vamos a ver ¿por qué resulta que ahora
Armstrong es “malo, malísimo” y “enciende” tanto a la directora de la AEA como
a Robinson, cuando está haciendo lo mismo que el entrevistado al que están
alabando? ¿Qué pasa, Millar se puede arrepentir (palabra gastada nº 2) y ser “bueno”
y en cambio Armstrong aunque se arrepienta sigue siendo “el malo”? Pero ¡ojo! no
os creáis que esto va a ser así siempre. Con un poco de marketing,
asesoramientos y demás, dentro de unos meses Armstrong va a volver a ser un
líder, esta vez de la lucha antidopaje, y al tiempo.
Lo siento, pero no me lo creo. No me creo que una AEA que no
es capaz ni de dar la custodia que necesitan las muestras de orina y sangre de
los deportistas para el control antidopaje se convierta en la protectora de los
jóvenes deportistas a los que apoyará y ayudará para que no se conviertan en personas
“podridas” (palabra gastada nº 3, cómo le gustaba repetirla a Robinson). De
hecho, ni siquiera me creo que los vean como personas, sino sólo como marcas,
igual que los patrocinadores solo ven inversión. No me creo que el interés de
la UCI porque todo el mundo vaya “limpio” (palabra gastada nº 4) sea sincera,
simplemente, ahora interesa. No me creo que antes todo el mundo se dopara ni me
creo que ahora no lo haga nadie, ni en el ciclismo ni en otros deportes, donde,
recordemos, no existe ni de lejos el mismo control. Dice Millar que los
ciclistas han sido (hemos, metiéndose a sí mismo) los más equivocados y los más
“drogados” (¡toma ya!) pero no tiene en cuenta esa circunstancia de que la
policía y los inspectores pueden entrar a saco en las casas de unos mientras
que las de otros están blindadas y a prueba de cualquier institución.
Una cosa estoy de acuerdo con Millar: no sirve ir sólo
contra los deportistas, sino contra su entorno (ahora toca frase gastada), pero
no el inmediato, sino mucho más arriba. Lo que me parece ridículo es pretender
que sean los propios damnificados quienes denuncien ¿cómo van a hacerlo, si se
juegan su carrera, su futuro, su pan? Bueno, sí, hay una solución: escribir un
libro, vas a ganar más que compitiendo por mucho que triunfes. Pero para eso
tienes que ser famoso, esos otros no tan conocidos a los que les han prometido
ser benévolos si confesaban, al final se han quedado sin nada, porque aunque te
levanten la sanción hay presiones hacia los equipos para que no contraten al “manchado”
(palabra gastada nº 5) ¿de qué perdón me hablan entonces?
No me creo que consiguiendo que los deportistas “confiesen”
se solucione el problema, es como la reforma laboral: machacamos a los de abajo
mientras los de arriba siguen con su negocio, trapicheo y corrupción sin
límites. Y es que la cuestión en el deporte es la misma que en la sociedad: el
problema no lo crean ni lo solucionan los que están abajo, sino los que están
arriba. ¿Acaso un político no corrupto (si es que los hay…) denuncia al que
está corrupto? ¿Y pretenden que lo haga un deportista, con lo que ha sufrido
para llegar donde está? A mí es que me da la risa. Vamos a ver, las sustancias
vienen de algún sitio, por tanto ¿por qué no le dicen al laboratorio de turno
que confiese quiénes son sus clientes? ¿Por qué no investigan quién está
suministrando a los médicos? ¿Quién está detrás de ese interés por que ganen
aunque sea dopados? Ahí es donde está la lucha.
No es un problema del deporte, sino de toda la sociedad. Y
dado que desde arriba no van a cambiarla, desde abajo tendremos que hacerlo. Por
de pronto, no creyéndonos ninguna de las milongas que nos cuentan. Al menos que
no nos tomen por tontos.