lunes, 5 de octubre de 2009

UN RELATO DIFERENTE

Al escribir el artículo sobre la MGM para Pedalier, se me ocurrió hacerlo de una forma distinta por si les parecía interesante, a la vez que escribía un artículo más "formal", y les di a elegir entre ambos. Se han quedado con el formal, con lo cual he decidido que el "informal" lo voy a publicar aquí en forma de capítulos, puesto que es muy largo. Os cuento primero de dónde me surgió la idea para este texto.

A unos kilómetros de Riaño en el camino de vuelta de la MGM me encontré un pueblecito atravesado por la carretera en el cual dos señoras estaban sentadas tomando el sol. Una llevaba un bastón y la otra unos rulos en la cabellera. El grupo al que yo seguía en ese momento pasó al poco tiempo e hice la foto de rigor. Y entonces me pregunté: ¿qué pensarían estas señoras si supieran que los que acababan de pasar en bici habían salido de Madrid dos días antes y regresaban después de haber retomado el camino de regreso en Gijón?. Así que, con esta base, se me ha ocurrido inventarme un personaje imaginario, la señora de los rulos, a la que he puesto de nombre Matilde y que va a hablar con los protagonistas de la MGM. Vamos con ella.

La señora de los rulos

Doña Matilde estaba sentada al sol con una amiga en un banco de piedra. Detrás, su casita, también de piedra, cuyo gris rompían los tonos rojos y rosas de los geranios, cómodamente instalados en sus tiestos y asomando las flores por los barrotes del balcón. Delante, el asfalto, ceniciento como la piedra y pisado por un tráfico ni muy intenso ni muy escaso, que por ello es una carretera nacional. Sobre la cabeza de Matilde, unos cilindros de plástico cuidadosamente colocados sujetando los mechones con unas pinzas, para librarse de la peluquería y estar guapa sin tener que quemarse el pelo con el secador. Así, sus cabellos quedarían ahuecados disimulando el cartón que le pone años de más. Su amiga, bastón en mano, se pone en pie:

- Que digo yo, Matilde, que si nos tomamos un café.
- Pues vamos allá, Anselma, pero espera, que antes me quito los rulos.

Se dirigen a su bar de siempre donde están las caras habituales y el camarero que lleva más de veinte años desde que decidió regresar de la ciudad, de León, para retomar el negocio que dejaba su padre al jubilarse. Había cambiado el bar desde entonces, sí, ahora el mostrador era todo de madera buena, así como las mesas y las sillas. Estaba pintado en dos tonos, un amarillo más claro arriba y un color tierra abajo, separados ambos colores por unos listones de madera a modo de cenefa, igualicos a los de las mesas, que evitaban que los respaldos dejaran marca en la pared. El espejo que quedaba parcialmente tapado por las botellas tras el mostrador le servía a Matilde para comprobar si algún rizo se había quedado descolocado al dejarlos libres.

Anselma y Matilde entraron en el bar y se sentaron en su mesa de siempre, al lado de la ventana. Allí estaba "el" Nemesio con su periódico y su café, y el borrachín "del" Paquito con su puro y su copita de sol y sombra, que mira que empezaba pronto, que no era ni mediodía. Pepe, tras la barra, daba su particular concierto de loza contra loza y un toque metálico al dejar preparadas sobre el mostrador las tacitas de café con su azucarillo y su cucharita. En otra mesa había tres personas vestidas con polos de color amarillo limón que llamaron la atención de Matilde. Anda, qué raro –pensó- forasteros en un día de diario por la mañana. Y todos vestidos igual. ¿A qué habrán venido?

Dentro de un par de días os cuelgo el siguiente capítulo.